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domingo, 16 de mayo de 2010

Orlando Alvarez Crespo


Los Pergaminos de Melquíades.
Orlando Álvarez Crespo.


Reza un viejo refrán castellano “En casa de herrero, cuchillo de palo”. Esta sentencia popular viene a colación a la hora de reseñar el uso del calzado en la ciudad de Carora, en virtud que hasta muy adelantado el siglo XIX en nuestra ciudad la mayoría de la gente andaba descalza. Algunos historiadores tratan de explicar este hecho por el uso de la costumbre; pero la razón de fondo debe estar asociada a la pobreza generalizada de nuestra población.

Al momento de escribir estas líneas no tenemos información sobre el tipo (o la ausencia) de calzado usado por los pueblos aborígenes que habitaron estas tierras conquistadas por Salamanca.


Tengo dicho que hasta la mitad del tercer tercio del siglo XIX la costumbre de la gente humilde era la de andar descalza para caminar por la ciudad. Incluso; hasta 1935 aproximadamente, los pobladores de los alrededores de Aregue se venían descalzos, con las alpargatas en las manos y no se las calzaban hasta llegar a Carora.


Las alpargatas (del árabe “pargat”) originalmente con la capellada de lona, son de origen vasco y comenzaron a usarse en el siglo XIX. Su uso fue muy extendido en las regiones de Aragón y Valencia. En América fueron introducidas por los misioneros.

Pero la alpargata de hilo pabilo, el calzado más popular en el occidente del país, en Carora es de data “reciente”. Se introducen alrededor de 1875 desde la ciudad de Valencia. En un primer momento las denominaron “las valencianas”.

Desde el siglo XVII hasta finales del decimonónico, la población pobre utilizó como calzado (para largos trayectos y visitas) una cotiza con piel de res no curtida, extraída de la cabeza o la garra del animal, atada al pie con una trenza fina de cuero.

Otros grupos sociales mejores posicionados en la escala social se podían “dar el lujo” de usar otro calzado de mayor calidad y de mayor valoración social como la chinela, la zapatilla de gacela, los botines (usados también por mujeres) y las pantuflas de pana. Estas era un lujo entre los caballeros principales de la ciudad.

A fines de la referida centuria, casi todo el calzado usado en Carora era hecho en nuestra ciudad. Esto, sin duda, se debe al desarrollo de la industria de la curtiembre (responsable en parte de la tala de los dividives) facilitada a su vez por la abundancia de cueros, dividive y árboles de tintura. La curtiembre más famosa, ya en funcionamiento para 1965, estaba ubicada por las inmediaciones de la Playa de Fréitez, y era propiedad de Cruz Verde.

En su “Galería de Artesanos”, Cecilio Zubillaga Perera menciona algunos zapateros que “operaban” para la segundad mitad del siglo XIX. En 1960 Manuel de J. Álvarez, alrededor de 1860, en Barrio Nuevo; al igual que Francisco (Pancho) Perera, ya para 1965, se dedicaban a la fabricación de alpargatas. Un artesano de la estirpe de los Zubillaga, José María Zubillaga, sordomudo, para la década de 1870, fabricaba unos botines de larga duración. Y para el año de 1865, aproximadamente, el coronel Luís Pérez, frente a la Playa de Freitez, tenía un taller de zapatería denominado “La Peineta” en donde se fabricaban, además de alpargatas, chinelas y Pantuflas.


A comienzos del siglo XX existió un taller de zapatería que gozó de gran prestigio en Carora y otras ciudades cercanas: El taller de Vale Paúl, ubicado en la calle Torres, donde iban a “graduarse” los aspirantes a zapateros. Vale Paúl fabricaba zapatos de estilo y diseño propio al igual que carteras para damas. Cuando llegaban modelos importados de Europa allí “los fusilaban” e inclusive los de acá eran de mejor calidad y desde luego más económicos. En el taller de Vale Paúl se formó Alberto (Beto) Gallardo a quien le correspondió ser el primer zapatero establecido en el barrio Torrellas. Don Beto tenía un taller donde se fabricaban unas chinelas muy prestigiosas que incluso los comerciantes de Carora exportaban a otras ciudades del país.


En la década de los años treinta, los torrelleros, procedentes de los campos petroleros, trajeron a la ciudad los zapatos de dos tonalidades. Eran así partícipes de la llamada “era del Jazz” y los torrelleros de entonces “fuyereaban” con sus impresionantes y brillantes zapatos.

En los rebeldes años 60 y 70 llega la moda de los “machotes” unos zapatos estrambóticos de tacones y suela sobresalientes y un poco altos. En Carora los pavos más apasionados, entre ellos Aníbal Juárez y Fortunato Hernández; pero el último mohicano que lució sus impelabes “machotes” no fue precisamente un “hippie” caroreño sino un cocinero colombiano de nombre Alirio, apodado Hongo, por ser propietario del restaurante Los Hongos en la calle Lara, diagonal a la bomba “5 de Julio”. De grata recordación para los izquierdozos noctámbulos.


Hoy; los caroreños se calzan de acuerdo a la moda venida, como siempre desde afuera, a excepción del Saso Álvarez que calza una “chivas” ortopédica de un pariente muy rico (que no es precisamente Jorge Rodríguez
).

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